Hubo que hacer esfuerzos extraordinarios para enfrentarla. Lo hicieron los gobiernos y lo hicieron, sobre todo, los ciudadanos de a pie. Aquellos que ya no están con nosotros, los que perdieron sus empleos, los que debieron poner el cuerpo en los hospitales, los que cerraron sus fuentes de trabajo sostenidas por años, las que sufrieron como nunca los horrores de la violencia familiar y de género, los chicos y las chicas sin la escuela ordenadora e igualadora.
También perdieron las instituciones que son los pilares de nuestra vida democrática. Los congresos cerrados o funcionando de manera anormal y una justicia cuarentenada, nos guste o no, alteraron nuestra intensidad democrática.
Pilar no fue la excepción. Más bien fue una triste y alarmante muestra.
Soy contadora, tiendo a valerme de números para tratar de entender la realidad.
A lo largo de este año legislativo, en el que sesionamos poco y limitadamente, tuvimos 11 sesiones entre ordinarias y extraordinarias. Los Órdenes del Día (la agenda de temas) de esas contuvieron un total de sesenta y cinco puntos. Treinta y ocho correspondieron a temas propuestos por el oficialismo, y sólo cuatro proyectos presentados por bloques opositores, fueron tratados en el pleno.
Dicho de otro modo, el 84 % de los temas tratados en sesión correspondieron a la visión política del oficialismo de turno. El resto del porcentaje se distribuye en un 9% para la oposición y un 7 % para otros iniciadores no concejales, como Banca 25 o donantes.
¿Fue por falta de trabajo de la oposición? Definitivamente No. Los proyectos ingresados han sido más de sesenta.
Quizás encontremos entonces la explicación a estos números, en el discurso. Para el oficialismo, los opositores metemos irrespetuosos pedidos de informes, ejercemos un oportunismo para tratar de “existir” desde el Concejo Deliberante o lo utilizamos para hacer politiquería, y hasta un concejal calificó a una opositora de “caradura”.
Es un signo inquietante en la cultura política, mirar a las minorías como un otro que no existe y por tanto trata irresponsablemente de hacerlo a través de actos sin valor y que sólo califican en el estante indecoroso del “oportunismo”.
Pero veamos. ¿Fue oportunista el proyecto de ordenanza que solicitó la inmediata reconstitución de la pista municipal de atletismo “asfaltada” sólo para los 5 días de carnavales y por tanto inutilizable para chicas y chicos que durante todo el año se rompen el lomo para entrenar y competir?
¿Lo fue proponer la creación de un consejo de seguridad con rigor técnico y representación plural en un momento donde el tema se ha convertido en un flagelo para los más vulnerables?
¿Fue oportunista un presentar un temprano proyecto de apertura de actividades industriales, trabajado con las cámaras que las representan?
¿Fue oportunista plantear medidas que ayuden a los transportistas escolares, o uno para los restaurantes; todos devastados por la cuarentena eterna y que no se resignan a engrosar las filas por un bolsón de comida?
¿Fue oportunista solicitar una estrategia seria de cuidado para los que nos cuidan, y diseñar testeos masivos, o solicitar la publicación de un detallado tablero de control sobre los números de la pandemia en Pilar?
¿Fue oportunista pedir información clara y concreta sobre una deuda con la UBA, en un contexto donde el oficialismo ni siquiera pudo hacerse de los antecedentes correctos y denunció falsamente que la gestión anterior no había propiciado la ratificación del convenio que nos relaciona con la Universidad?
¿Cuál es la vara con la que se mide la oportunidad y el oportunismo?
No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que a lo largo de la historia se ha demostrado que hay que tener cuidado con “los dueños de las varas”.
La democracia es un bien preciado y para que se fortalezca debemos hacer esfuerzos concretos y no siempre cómodos.
Para algunos se juega sólo en ganar elecciones, e imponer a como dé lugar la voluntad del mayor número. Esa sería la fuente genuina de derechos. Tal vez esa es la mirada que hace que al Concejo solo lleguen a sesión los proyectos impulsados por el oficialismo. O tal vez, y lo que sería aún más preocupante, los dueños de las varas se perciben infalibles, científicos de saberes universales o portadores de la verdad revelada, que todo lo ven y todo lo pueden.
Es legítimo que un gobierno que ganó las elecciones trabaje para impulsar aquello en lo cree, y que la balanza legislativa tienda a privilegiar sus acciones. Pero esa legitimidad se convierte en abusiva cuando los pedidos de informes se rechazan de manera militante y desandan así prácticas legislativas históricas que indican se aprueban siempre, ya que aportan transparencia. Y se convierte en soberbia cuando las propuestas se archivan sin someterlas a un debate honesto y profundo.
La sociedad es un conjunto diverso, plural, heterogéneo, y el invento de la democracia constitucional vino a reconocer que es posible la convivencia de los distintos. Ganar y perder elecciones son circunstancias. Respetarnos todos, debiera ser un modo de vida.
Analía Leguizamón
Concejal Juntos por el Cambio