Martina de Elizalde tiene 26 años y trabaja en el hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, de la Ciudad de Buenos Aires.
Pero los fines de semana y feriados no elije descansar. Se mete de lleno en el Hospital Solidario del Austral, espacio dedicado a la atención de pacientes críticos afectados por el coronavirus.
El lunes pasado, tras un fin de semana largo, no pudo dormir. En menos de 24 horas tres pacientes habían muerto. Entre ellos, una adolescente de 17 años.
LLena de tristeza, Martina compartió con sus familiares un largo escrito donde cuenta lo que pasó en esos días, radiografía de una pandemia que avanza y con la que médicos y enfermeros pelean cara a cara todos los días.
Fue el tío de Martina, el sacerdote José María Klappenbach, el que publicó la carta en redes sociales, donde se viralizó.
"Son las 10:30 PM y estoy despierta desde la 5 y 20, pero quiero escribir lo que viví y lo que vivimos todo el equipo de salud este fin de semana largo. Fueron unos días muy intensos, de mucho trabajo, y frustración. En 24 hs se murieron 3 pacientes. El número suena poco, pero para mí es un montón, una amiga, una hermana, una tía, papá , abuela, mamá o hija ya no estaban más en una familia", comenzó a relatar Martina.
Por el Hospital Solidario del Austral ya pasaron unos 90 pacientes. Un personal de 250 personas, entre médicos y enfermeras distribuidos en varios turnos, los atiende. Aislados en sus trajes de bioseguridad, los profesionales de la salud escriben sus nombres con fibrones en los delantales o, a veces, se cuelgan fotos para que los pacientes los reconozcan.
"El lunes cuando la última paciente murió, lloramos todos los que habíamos estado trabajando todo el finde o más para que puedan vivir. La primera paciente que preparamos por qué se había ido al cielo fue el domingo a la tarde, era la tía de una compañera nuestra… la preparamos rezando y con todo el amor que le podíamos dar. Su enfermera la venía cuidando con mucho mucho amor. El sábado estuve literalmente 10 horas de las 14 que trabajo , al lado de la cama de nuestra paciente de solo 17 años", agregó Martina.
El Hospital Solidario del Austral, montado con donaciones de empresas y particulares, fue inaugurado los primeros días de junio. Tiene capacidad para 60 pacientes, 20 de ellos con respirador, pero con la capacidad de reconvertir algunas camas en críticas. Recibe pacientes derivados por el sistema público de Pilar, personas que no tienen cobertura médica privada u obra social.
Pasaron 90 pacientes, muchos se recuperaron, como una mujer de 97 años que venció al virus. Pero otros caen derrotados por el virus, pese al descomunal esfuerzo de los profesionales de la salud.
Martina, en sus escrito, contó que dejaron todo para salvar a la chica de 17 años. "Horas y horas trabajando junto con todo el equipo para que se salve, con hambre, y sobre todo con sed, con las piernas cansadas de tanto estar parados, con todo el equipo de protección que no te deja respirar, te da demasiado calor ( yo cada vez que me lo saco estoy empapada), sin poder ver muy bien por que las antiparras se te empañan, y a veces te aprieta tanto el barbijo la máscara la antiparra y la cofia, que te empieza a agarrar desesperación por sacartelo. En fin, trabajamos mucho, con la adrenalina y el estrés de que si hacés algo en falso podés hacer catástrofes. Lo dimos todo, nos cansamos tanto que he escuchado que alguien decía que ya no quería que la aplaudan , ni ser héroe de salud, que quería estar en su casa o por lo menos que le reconozcan el trabajo con un sueldo más digno", añadió.
En cuanto a la joven paciente, Martina relató que lograron estabilizarla a costa de medicación y líquidos, pero pese a que la chica "peleó como una leona", no pudo contra el virus.
"Peleó como una campeona, pero a las 3 AM se fue. Yo me enteré al día siguiente, cuando llegue a las 7 am. De vuelta la preparamos con todo el amor del mundo, además sabíamos que la mamá la iba a venir a ver para despedirse de ella. Yo cuando preparo los cuerpos pienso y me imagino cuando lo bajan de la Cruz a Jesús y lo limpian, lo cubren con mantos y perfume, para mí es una imagen parecida. Vino la mamá, me tocó junto con mi referente quedarme a acompañarla. Quebró en llanto desgarrador, no se le puede decir nada, solo abrazarla para que no caiga. En un momento se desvanece, tuvimos que buscarle una silla rápido, la sentamos y la abrazamos con fuerza como diciéndole, 'te juro que lo dimos todo para que viva', 'te juro que peleó y luchó como solo una valiente lo sabe hacer'. Abrazándola como diciéndole 'haríamos lo que fuera por traertela de vuelta'. Entendí que no estaba en nuestro poder. Cuando se fue le pregunté si creía en Dios me dijo que sí, le dije que le pida fuerzas y que su hija había sido una leona, que la fuerza de ella sea el incentivo de su propia fuerza y que ahora tenía una ángel que la iba a cuidar para siempre. La mamá se fue con la referente y yo quebré, me lo permití, lloré, me pregunté por qué", agregó Martina, en el dramático escrito.
La mujer describe el enorme cansancio con el que trabajan, además del fuerte estrés, lo que a veces los lleva a esperar que algún compañero no necesite ayuda para poder salir a tomar algo de aire fresco.
"Los pacientes requieren de mucho cuidado y dedicación, algunos están realmente muy mal. Después de terminar con tu paciente antes de salir, preguntás si alguien necesita ayuda, a veces con entusiasmo de ayudar y a veces con ganas de que nadie te diga que sí, porque estás tan cansada de estar ahí adentro que querés ir a comer o tomar un café o simplemente sacarte todo esos mamelucos. Pero tenemos un equipo tan excepcional que siempre con ganas o sin están todos para ayuda", se llenó de orgullo.
Pero esa pausa, ese breve descanso al que pudo apelar en medio de tanta tensión, duró poco. Otra paciente había enterado en paro. Había que volver y ayudar.
"Yo me fui a tomar un café después de terminar con mi paciente (...) necesitaba despejarme, estaba media caída. Cuando volví, una paciente estaba en paro, grité, puteé en el medio del pasillo. Me puse todo el equipo, las chicas me ayudaron y entré a ayudar. Estábamos todos tratando de salvarla, masaje cardíaco, nos turnábamos porque te cansás de hacerlo. Drogas, contar los minutos, ponerle líquido, más drogas, más masajes, desear con todo tu corazón que vuelva el pulso, 25 minutos así y nada, nada de pulso. Ya no había más que hacer . Había que dejarla ir. Yo me fui con la enfermera que la estaba cuidando, 'Mechi', mientras los demás preparaban con amor nuevamente otro cuerpo. Mechi es una valiente; es su primer trabajo y supuse que esa situación la iba a impresionar (no sé que me hago yo, trabajo hace 5 y me sigue impresionando). Mechi valiente por estar ahí con todo lo que eso implica. Nos fuimos afuera, lloramos, hablamos de muchas cosas profundas y no tan profundas, caminamos, tomamos aire, ya estábamos preparadas para volver", continuó en su relato Martina.
"Era el cumpleaños de 40 de nuestra referente, 'Mili', gran referente. Por suerte el equipo soporte preparo unas tremendas hamburguesas a la parrilla y fuimos todos a comer, lo hacemos por turnos , siempre alguien tiene que quedar. Y nos sentamos empezamos a hacer catarsis, estábamos caídos, decíamos '¡lo dimos todo para que vivan, todo! Y un médico sabio nos dijo: 'Por experiencia les digo, a veces nos va muy bien y salvamos muchas vidas, y a veces no. No nos llenemos de culpa. La mejor herramienta es la humildad, de saber que nosotros no somos los que decidimos quien vive y quién no, hay algo más que nos excede, nosotros estamos acá para ayudar, poner nuestro cuerpo y darlo todo por la gente. Pero la vida no la podemos controlar'. Nos quedamos todos callados rumiando lo que había dicho. La humildad como mejor herramienta, clave", escribió De Elizalde.
"Nos fuimos el lunes agotados, después de dar mucho, un poco caídos, pero con la paz de haberlo dado todo, con la certeza de que la vida hay que disfrutarla, que uno elije que es lo que quiere ver y hacer. Agradecidos infinitamente con el tremendo equipo que tenemos, no nos paramos de decir gracias unos a otros por estar, por ayudar , abrazar. Y al fin y al cabo nos dirán locos , pero seguimos eligiendo estar ahí para quien sea que haya que cuidar o curar. Como dice la madre Teresa, 'dar la vida, hasta que duela y si duele es buena señal'", cierra Martina, una de las que está en la trinchera, en la primera línea de batalla, peleando cara a cara contra la maldita pandemia.